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En el último decenio, España ha pasado de ser un receptor neto a ser un proveedor neto de inversión extranjera directa (IED). Este cambio no se explica solamente por un mayor dinamismo de las salidas de IED sino también, desde 2002, por un retroceso de las entradas. Dado el potencial dinamizador sobre el resto de la economía que se atribuye a la IED, es relevante preguntarse qué determina la capacidad de un país para atraer este tipo de inversión extranjera.
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