viernes, 26 de marzo de 2010

Siete Estrategias para alcanzar Riquezas y Felicidad

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Poco después de cumplir veinticinco años me encontré un día con un hombre llamado Earl Shoaff. En aquellos momentos no podía imaginarme lo que tal acontecimiento iba a significar para mi futuro.

Hasta entonces mi vida había sido tan anodina como la de esa gran mayoría de personas que arrastran una existencia gris sin éxito ni felicidad. Mi infancia y juventud fueron maravillosas, y fui creciendo en los encantadores parajes plagados de pueblitos donde se desparraman las granjas del suroeste de Idaho, a unos pasos de las riberas del Snake River. Cuando salí del hogar confiaba plenamente en conseguir el «sueño americano».

Sin embargo, las cosas no se desarrollaron completamente como yo suponía. Después de terminar el bachillerato pasé a la universidad, pero al finalizar el primer año decidí que ya había aprendido lo suficiente, y lo dejé. Éste fue un gran error, uno de los mayores de entre los muchos que cometí en aquellos años mozos. Pero entonces, yo estaba impaciente por trabajar y ganar dinero, imaginándome que no sería difícil encontrar trabajo, lo que resultó ser completamente cierto. Conseguir un empleo era bastante sencillo (todavía me faltaba comprender la diferencia que existe entre ganarse la vida y vivir la vida).

Poco después de empezar a trabajar me casé; y como todo marido típico, hice a mi esposa un montón de promesas sobre el maravilloso futuro que nos aguardaba «a ciencia cierta» a la vuelta de la esquina; después de todo, yo tenía ambición, deseaba el éxito con toda mi juvenil sinceridad y trabajaba mucho. ¡El éxito estaba asegurado!. Al menos, eso pensaba yo...

Cuando cumplí los veinticinco años, llevaba trabajando más de seis, y quise hacer un balance de mis progresos. En mi corazón albergaba la inquietante sospecha de que las cosas no iban del todo bien. Mi salario semanal ascendía a cincuenta y seis dólares. Con eso no cubría mis grandes promesas, ni tampoco la serie de facturas que se iban acumulando sobre nuestra raquítica mesa de cocina.

Para entonces ya era padre y me sentía amarrado por las responsabilidades cada vez mayores de una familia siempre en crecimiento, pero lo más preocupante fue caer en la cuenta de que gradualmente me había conformado con aceptar pasivamente mi poca fortuna.

En un momento de total sinceridad tuve que reconocer que, en lugar de hacer progresos, cada día que pasaba mi situación financiera era más endeble. Veía, con toda claridad la urgencia de cambiar algo en mi vida... pero ¿cómo?

Es posible que trabajar mucho no sea la panacea, pensaba interiormente. Esta revelación me sorprendió fuertemente porque había sido educado en la creencia de que la recompensa se concede sólo a aquellos que se ganan el pan con el sudor de su frente.

Sin embargo, estaba tan claro como la luz del día, que, a pesar de trabajar muchísimo, llevaba camino de llegar a los sesenta años en la misma situación de otras muchas personas que veía a mi alrededor arruinados y necesitados de ayuda.

La idea me aterró. No quería aceptar un futuro tan negro; no podía aceptarlo al menos en este país, la nación más rica de la Tierra. Aun así, tenía muchas preguntas que hacerme, y pocas respuestas... ¿Qué debía hacer? ¿Cómo podía cambiar el rumbo de mi vida?

Más de una vez pensé en volver a la universidad Para solicitar empleo, un año de estudios universitarios no sirve para mucho. Pero con una familia a mis espaldas, me parecía casi Imposible reiniciar los estudios universitarios.

Por lo tanto, pensé en dedicarme a los negocios. ¡La posibilidad era enormemente tentadora! Pero no disponía de capital necesario. En realidad, el dinero era uno de mis graves problemas: siempre quedaban demasiados días del mes cuando ya no me quedaba dinero (¿nunca te ha ocurrido lo mismo?)

Un día se me perdieron diez dólares. Esta pérdida me conmocionó de tal manera que estuve enfermo durante dos semanas. ¡Por un billete de diez dólares!
Uno de mis amigos intentó consolarme. Me dijo, «quizá lo haya encontrado algún pobre desgraciado que lo necesitaba.»

Créanme que esta idea no me sirvió de alivio. En aquellos días quien necesitaba encontrar diez dólares era yo; mi papel no era perderlos. (Debo reconocer que entonces la caridad no era uno de mis puntos fuertes.)

Esa era mi situación a los veinticinco años: muy por debajo de mis ilusiones y sin una pista para cambiar mi vida hacia otra mejor.

Sin embargo, un día la fortuna se cruzó en mi camino. ¿Por qué apareció en aquel momento de mi vida? ¿Por qué suceden las cosas cuando suceden? No lo sé, realmente. Para mí, esto es uno de los mayores enigmas de la vida.

De todas maneras, lo cierto es que mi buena suerte se inició cuando me encontré con un hombre, una persona muy especial llamada Earl Shoaff. Le vi por primera vez durante unos cursillos sobre ventas donde él dirigía unas conferencias. No puedo recordar lo que dijo aquella tarde y que tanto me cautivó, sólo puedo decir que me sentía capaz de hacer cualquier cosa por parecerme a él.

Al finalizar la conferencia me hizo falta todo mi valor para decidirme a ir a verle. Pero, a pesar de mi nerviosismo, debió percibir mi deseo por triunfar. Se mostró amable y generoso y al final congeniamos muy bien. Unos meses más tarde me contrató para trabajar en su organización comercial.

Durante los cinco años siguientes, Mr. Shoaff me enseñó muchas cosas sobre la vida. Me trataba como a un hijo y se pasaba horas enteras explicándome su personal concepto filosófico de la vida, conceptos que yo intento ahora resumir en Siete estrategias para alcanzar riqueza y felicidad.




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