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"Papá, explícame para qué sirve la historia." Así interrogaba, hace
algunos años, un muchachito allegado mío a su padre que era
historiador. Me gustaría poder decir que este libro es mi respuesta.
Porque no imagino mejor elogio para un escritor que saber hablar
con el mismo tono a los doctos y a los alumnos. Pero tal sencillez
es el privilegio de unos cuantos elegidos. Cuando menos de buen
grado, conservaré aquí, como epígrafe, esta pregunta de un niño
cuya sed de saber quizá no logré apagar en su momento. Probablemente
algunos pensarán que la fórmula es ingenua. Por el contrario,
a mí me parece del todo pertinente. El problema que plantea,
con la embarazosa franqueza de esa edad implacable, es ni más ni
menos el de la legitimidad de la historia.
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